Pandemias legendarias

El flautista de Hamelín es un relato popular reescrito como cuento por los Hermanos Grimm en 1816. Narra un suceso del siglo XIII que se terminó convirtiendo en leyenda, posiblemente también por una inscripción de 1602 o 1603 en Hamelín (Alemania), que todavía permanece:  

En el año de 1284 en el día de Juan y Pablo
siendo el 26 de junio
por un flautista vestido con muchos colores,
fueron seducidos 130 niños nacidos en Hamelin
y se perdieron en el lugar del calvario, cerca de las colinas.

Cuenta la historia que, en aquellas fechas, la ciudad sufría una grave plaga de ratas. Así que cuando un desconocido recién llegado se ofreció  a los habitantes para librarles de ellas (a cambio, eso sí, de una  recompensa),  los aldeanos estuvieron muy de acuerdo. El hombre empezó a tocar una flauta mágica cuya música sacaba a todos aquellos roedores de sus agujeros y los reunía a su alrededor. Entonces, caminando y tocando, el flautista se dirigió hacia el río Weser y las ratas, que iban tras él, perecieron ahogadas.

Cumplida su misión, reclamó su recompensa, pero los aldeanos se negaron a pagarle con la excusa de que no había hecho el trabajo él, sino su flauta. La venganza del músico fue llevarse a todos los niños de la ciudad, utilizando la misma magia. Le siguieron al compás de la música hasta donde él quiso: una cueva de la que nunca salieron. Desenlace funesto donde los haya. En otras versiones dulcificadas, el final es feliz y los niños vuelven a casa en cuanto los padres pagan el dinero prometido, pero esa no es la historia original.

En estos tiempos de pandemia y confinamientos, se ha vuelto a poner de moda  esta leyenda alemana y no hago más que ver por todas partes explicaciones metafóricas que defienden que el protagonista es la muerte. Y que las ratas, además de fuente de transmisión, simbolizan la peste que asolaba Europa por aquellos años. Pero hay otras explicaciones. Leo en la Wikipedia que las más creíbles son estas:

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Sigo en modo «profe on»

En mi aula, el curso pasado

Se acaba mayo y se van diluyendo las angustias de estar confinados en casa. Aunque he perdido los ritmos de salir y lo hago poco, solo a dar los paseos permitidos. Lo de la compra una o dos veces por semana ya era mi costumbre antes de. Es curiosa la cantidad de veces que usamos esa expresión en estos últimos meses. Y me temo que la vamos a seguir necesitando.

Llevo unas semanas centrada en el canal de YouTube, aun sabiendo que a estas alturas de curso ya poco puedo aportar de urgencia. Sin embargo, seguiré la tarea ahora que puedo, de forma que haya una estructura ordenada de vídeos con suficientes instrucciones para el análisis sintáctico. De momento, todavía estoy con los previos que sé que hay que repasar para construir buenas bases. Puede que muchos se los salten, pero que estén ahí para consulta.

Al final, el confinamento me ha cundido. Sobre todo porque mi refugio ha sido hacer muchas cosas. Los primeros días, debo confesarlo, no alcanzaba los niveles de concentración y de eficacia del antes de. Tuve momentos de imposibilidad y de parálisis de lo más frustrantes. Apenas me alcanzaba la vida para las domesticidades varias. Me tranquilizó saber que también les sucedía a otros. Es bueno compartir estas cosas. Supongo que era el miedo a lo desconocido. Y una situación de alarma continua, que a veces conseguíamos acallar, pero resistía en nuestro subconsciente.

Con el paso de los días, así es nuestra naturaleza, nos fuimos haciendo a la novedad y el miedo se transformó en aburrimiento y pude refugiarme en cosillas creativas para sobrellevarlo. De ahí han salido una novela corta (poco más de 31.000 palabras) que traía empezada de antes y por fin acabé, y mi proyecto de youtuber.

Quiero terminar con un abrazo a los que han sufrido la enfermedad y ya están en buen camino. Y otro aún más grande para los que han perdido a uno de los suyos. Son muchos miles. Cómo no solidarizarme con sus duelos. La alegría de las nuevas libertades no puede significar el olvido. Tenemos que recordarlos. A todos y cada uno.

Cinco semanas confinados

La camelia y sus flores este año

Me tomé unos días de vacaciones caseras, la Semana santa que no hemos podido disfrutar en el exterior. Vuelvo ahora a escribir unas líneas en esta bitácora, aunque no he perdido el hábito narrativo, porque sigo avanzando en otros frentes.

Cuento treinta y seis días de confinamiento. Cinco semanas. Parece un siglo. He desarrollado estrategias para hacer rutinas, ejercicio físico e intelectual. Mantengo el ánimo. Tengo a mi disposición todo tipo de actividades online. Esta cuarentena podría ser de lo más productiva, me digo. Pero lo cierto es que sigue sin cundirme. Desde luego, no como acostumbraba.

Lo tengo asumido. Va a ser así.

Continúo apuntando mis días, intentando vivirlos con consciencia, aunque todos se parecen y confunden. Y la extrañeza no solo la produce este encierro. Viene de más atrás, de hace unos pocos meses, cuando me jubilé. Había esperando mucho el momento, lo disfruté a tope. Y, sin embargo, qué raro y ajeno me parece todo ahora. Han pasado demasiadas cosas este último año, de esas que desconciertan:

La publicación del libro de Rodrigo, las presentaciones, la Feria del Libro de Madrid, la última Selectividad (EvAU), el fin de curso, mis últimas clases y la despedida de la vida docente, las vacaciones en León y en Asturias, la participación en la Semana Negra, la enfermedad inesperada y terrible de Javier, mis clases de Costura, Photoshop y Narrativa, el viaje a Portugal, el suspendido a Venecia por la muerte de Javier, la dura Navidad posterior con su ausencia, el viaje a Sevilla, las tres presentaciones en Asturias, la emotiva visita a Belfast y luego, de pronto, el aniversario del 11M más raro e impensable, por una pandemia mundial que trae de la mano este largo confinamiento.

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