El habitual intento de volver a lo cotidiano

Todavía estoy afectada por el dichoso efecto aniversario. No digo que triste o depre, aunque la procesión va por dentro. Digo ansiosa, sensible, propensa a agobiarme.

Lo único que me salva es la escritura. Y por eso estoy haciendo esbozos de una nueva novela. Aún no tengo la historia lista, así que menos aún la trama. Pero ya le voy dando forma.

Debo contar que, en ese sentido, el Chat GPT me ha animado mucho. He podido mantener interesantes conversaciones técnicas con esa IA. Sus múltiples propuestas me han ayudado a tomar decisiones y a agilizar el proceso.

Normalmente me gusta esa fase creativa inicial, pero es que con la IA ha sido divertidísima.

Seguiré contando 🙂

Diecinueve años de ausencia

Apuntes del blog de Roltrigo:

25 de febrero y sin ti

Hola, Rodrigo, buenos días. Ya no sé qué decirte, estamos demasiado cerca del décimo noveno aniversario y me agobia pensar que llevamos tanto tiempo sin ti.

Sin ti. Me pregunto cómo habría sido la vida si estuvieras con nosotros. Dónde vivirías, donde estarías trabajando, quién sería tu pareja, si tus hijos se te parecerían…

A dos semanas de un nuevo aniversario, te sigo añorando y queriendo con todo mi corazón.

Millones de abrazos de oso. Hasta prontito: Mamá.

Una semana antes

No importa cuánto tiempo pase, el aniversario sigue teniendo los mismos malditos bordes afilados. Y cortan igual de profundo que antes, que siempre, que otras veces.

Me cuesta escribirte, Rodrigo. Odio tener que comunicarme así contigo, de esta manera rudimentaria y triste. No hay enlace directo con ese mundo en el que quiero pensarte feliz y esperándonos.

Lloro de pena y de rabia mientras anoto estas pobres líneas. Te echo de menos, me duelen los abrazos que se nos quedaron pendientes. Y la vida que no llegaste a vivir, quizá sencilla y a menudo difícil, pero tuya, nuestra.

Envíame fuerzas para soportar otro once de marzo.

19 veces 11 de marzo

Te escribo cada sábado, Rodrigo, pero este nuevo once de marzo se me hace muy cuesta arriba. No quiero pensarte en este día terrible. Tú eres mucho más que esas horas de búsqueda desesperada.

Papá, tu hermano y yo volveremos a Atocha en tu honor y con tu nombre en los labios. Tu ausencia sigue doliendo, muy honda y muy áspera.

Este año el pruno no ha florecido aún, pero pronto sus flores rosadas señalarán donde está tu casa, hijo. Y el camino de regreso que no pudiste hacer. Da igual el tiempo que haya pasado, nosotros seguimos esperándote.

No tardes.

Dos días después

Este once me ha resultado breve, rudo y ajeno. Ay, Rodrigo. Supongo que me pilló en una fase de aspereza emocional, que, me temo, todavía sufro. Así que anoto estas frases por si la costumbre de escribirte logra hacerme reconectar contigo.

El once me sentí como el pruno de la entrada, que, contra lo habitual, no tenía flores. Pero el árbol finalmente floreció, justo la tarde de ese día. Y yo no lo he hecho con él. Y sigo mustia, y yerma, esperando recobrar la sensibilidad; esperándote, hijo.

Jordania 2000 versus 2022

Con JC en el desierto (castillo de Al Hallabat)

Acabamos de volver de nuestro viaje a Jordania, en noviembre, un mes que suponíamos tranquilo, pero no. Lo de las multitudes ya no entiende de temporadas.

Tenía yo un recuerdo romántico de Amán, Jerash y Petra, pues cuando acudí en julio de 2000 la cosa no estaba tan masificada como ahora. A ese respecto, lo que más me entristeció fue que el camino por el desfiladero de Petra se ha convertido en un continuo ir y venir de grupos, caballos, carros y hasta cochecillos eléctricos.

Ahora, en 2022, el guía español nos aseguraba que el gentío era aún mayor durante el verano, y mí me resultaba difícil de imaginar, porque en ocasiones (por ejemplo, en la plaza del Tesoro) parecía no caber ni una sola persona más. Lo que habíamos ganado, concluía, viajando hasta allí en otoño, era no haber tenido que soportar las altas temperaturas de julio y agosto. En fin, el que no se consuela es porque no quiere, dice el refrán, y yo no me quejo, que conste.

Porque viajar a Jordania merece la pena. Incluso repetir, como yo. Y es mucho más agradable ponerse a ratos un chubasquero o una chaquetita que sudar los más de cuarenta grados del desierto, así que la primavera o el otoño son las épocas más recomendables. El que pueda.

Mis recuerdos lindos de la Jordania del año 2000 incluían también a un joven y animoso guía turístico que hablaba de su país y de su familia, de las costumbres y usos, con optimismo. Decía haber visto la mejora exponencial de sus condiciones de vida, creía que su patria progresaba y presumía de que sus hermanos y hermanas habían podido estudiar, y casarse a su gusto. No renunciando a su costumbres y creencias, pero con una apertura emocional que no vimos en absoluto en el guía jordano que nos tocó en esta nueva visita.

El hombre era un sesentón amargado, fundamentalista recalcitrante, que nos colocaba suras del Corán sin venir a cuento, y que hacía reflexiones muy retrógradas sobre el supuesto deterioro de su sociedad en cuanto a las costumbres. Por ejemplo, se quejaba de que una de las princesas reales fuera a casarse con un extranjero no musulmán, porque ese mal ejemplo, especialmente para jóvenes como sus hijas, provocaba que pudieran pretender algo tan terrible más adelante. A su parecer, su gente necesitaba una vuelta a las tradiciones, que incluía, por cierto, una sumisión total en las mujeres. Recuerdo que cuando nos lo contaba íbamos en el autobús, de vuelta de alguna de las excursiones, y el grupo al completo, normalmente ruidoso, quedó en un silencio absoluto e indignado que duró mucho tiempo.

Algunas féminas intentaron conversar con él, como si se le pudiera hacer entrar en razón. Su último argumento me pareció de otro siglo: que cada quien debe portarse adecuadamente porque hay cielo e infierno, son los libros sagrados de los musulmanes los que dicen cómo se debe vivir, y punto redondo.

Mi impresión final, en comparativa, es que todo se ha teñido de turismo de masas, con suvenires de baja calidad, precios exagerados y los afanes de rapiña de los que tienen que vivir de ese turismo. Tuve la sensación, a menudo, de que los empleados necesitaban redondear sus escasos salarios. Y que los que mercadeaban por su cuenta se sabían ya las mañas para no devolver cambios o pedir más o menos según la pinta del turista que tuvieran delante.

En lo personal, sin embargo, fue una semana maravillosa, compartiendo con mi marido lugares, emociones, comidas, nuevos amigos y experiencias. Espero que podamos seguir viajando, ahora que la pandemia vuelve a darnos esa oportunidad.

Investigando sobre vivienda y barrios obreros

Poblado Dirigido de Fuencarral, año 1960

Mis dos próximas novelas están ambientadas en un barrio ficticio de Madrid en 1972 y 1981 respectivamente, y me gustaría aportar algún anexo informativo a la primera de ellas, si a la editorial y a mis lectores os parece adecuado. Espero que la publiquen el año próximo, así que, mientras llega ese momento, os hago un breve aporte. Decidme vosotros, por favor, si os resulta lo suficientemente interesante como para incluir unas pocas páginas más con este tipo de información detrás de la novela, que es sola y pura narrativa.

Cuentan los historiadores que la problemática de escasez de vivienda obrera se produjo durante el desarrollo industrial, a finales del XVIII. Los trabajadores que se acercaban a los centros productivos desbordaban las posibilidades habitacionales de esos lugares. Los bajos salarios, unidos a la precariedad laboral, no les permitían conseguir una vivienda asequible y suficiente, así que las familias vivían en cuartos realquilados, chabolas improvisadas y hasta, en algunos casos, cuadras, almacenes, o edificios originariamente destinados a otros fines.

En el XIX surgieron promotores particulares que vieron en esa demanda de viviendas una forma de obtener rentas seguras con poca inversión. Proliferaron así construcciones de casas baratas destinadas al alquiler. En Gijón, hace solo unas semanas, he visitado uno de esos complejos para trabajadores, la Ciudadela de Celestino Solar. En algunos lugares, como minas o fábricas, ante la debilidad del Estado, las propias empresas edificaron viviendas para sus operarios.

En el XX el problema de proporcionar habitaciones dignas a las clases trabajadoras se acentuó. En la búsqueda de soluciones se implicaron higienistas, empresarios, arquitectos, e incluso propagandistas católicos. Y el propio Estado, a través de la Ley de Casas Baratas (1911), aunque con escaso éxito. En los años 20 y 30 las empresas aumentaron su política de promoción de viviendas para sus obreros y sus familias. Solo tras la guerra civil, la reconstrucción y la creación de nuevas viviendas fue el centro de las iniciativas sociales, porque era también una forma eficaz de propagandismo del Nuevo Régimen.

Como ya escribí más arriba, por pura necesidad, muchas empresas hicieron viviendas para sus trabajadores. En Madrid, todavía existen algunas de esas colonias industriales, como la de la Paz  construida por la Obra Sindical del Hogar para los trabajadores de Boetticher y Navarro,  o la Colonia Marconi para los operarios de la empresa del mismo nombre, ambas en Villaverde. O como los edificados por el Instituto Nacional de Industria, ya en los 50: el Poblado ENASA/PEGASO, en SanBlas-Canillejas, y el poblado IBERIA/Nuestra Señora de Loreto, en Barajas.

He recreado un barrio industrial en ambas novelas, y en las dos suceden hechos traumáticos que deben ser resueltos en un plazo temporal breve. Son de género negro, pero sin perder la perspectiva social que siempre me acompaña.

¿Qué os parece mi propuesta? Espero vuestras opiniones, que leais mucho y que tengáis buen verano.