Revista Fundación Víctimas del Terrorismo 2019

Aquel maldito 11 de marzo

Aquel jueves parecía un día como otro cualquiera. Rodrigo salió de casa a las siete de la mañana, cerrando la puerta con suavidad para no despertar a sus padres y a su hermano, que aún dormían. Como de costumbre, se dirigió a coger el metro y luego el tren de cercanías para ir de Getafe a Madrid. Tenía 20 años y estudiaba segundo de Ingeniería Informática.

Pero aquel jueves no era un día como otro cualquiera, era 11 de marzo de 2004. En apenas tres minutos, 10 explosiones destrozaron cuatro de los trenes que cubrían la línea entre Alcalá de Henares y Madrid, sembrando la muerte de forma indiscriminada.

Con el corazón en un puño, su madre lo llamó insistentemente al móvil y, al no localizarlo, su padre fue a buscarlo a la universidad. Sin embargo, Rodrigo no estaba allí. ¿Qué podía haberle pasado, si su tren no procedía de Alcalá…? Angustiados, le escribieron un mensaje: «Dinos dónde estás y vamos a buscarte«, pero Rodrigo nunca contestó.

Aún no sabían que uno de los trenes había explotado en el interior de la estación de Atocha, justo cuando su hijo se encontraba en el andén 2, esperando para hacer transbordo. Allí lo alcanzó la onda expansiva, allí lo sorprendió la muerte. Tan joven.

Nuestro hijo mayor, nuestro queridísimo Rodrigo, casi veintiún años a nuestro lado, su sonrisa y sus ganas de vivir, su inteligencia, su manera de andar, el brillo de sus ojos, sus planes de futuro… todo borrado en un instante”. La madre de Rodrigo, Marisol Pérez Urbano, recoge su desgarrador testimonio en el libro Dinos dónde estás y vamos a buscarte, que ve la luz cuando se cumplen 15 años de aquel maldito 11 de marzo.

En sus páginas se reflejan las dudas iniciales sobre la autoría de los atentados, que enseguida se transforman en indignación de una gran parte de la  ciudadanía, las manifestaciones… y las inmediatas elecciones generales del 14 de marzo.

Precisamente después de votar, Marisol y su marido, Juan Carlos, junto con su otro hijo, Gonzalo, fueron al cementerio de la Almudena a recoger la urna con las cenizas de Rodrigo: “No había salas disponibles para hacerlo en la intimidad —explica—, y nos dieron la de nuestro hijo en un mostrador, eso sí, con muchas disculpas y condolencias”.

A continuación, se dirigieron al Campo de las Naciones a recoger las pertenencias que Rodrigo llevaba consigo cuando murió: “Estaban todas aplastadas y rotas. Había manchas secas de sangre. Eso nos hacía sufrir más pensando en hasta qué punto nuestro hijo había pasado por un calvario”, recuerda.

Marisol incorpora a su relato los testimonios de otras personas que conocieron a Rodrigo, como su novia, Macarena, y sus amigos, con quienes compartía su afición a los juegos de rol. También narra acontecimientos familiares difíciles de explicar sin la ausencia de aquel chico alegre y cariñoso, optimista y lleno de vitalidad. Acontecimientos como la temprana muerte de sus abuelos, consumidos por la pena y la tristeza. Consumidos, en definitiva, por la ausencia de Rodrigo.

Así, Marisol va tejiendo una historia basada en cientos de pequeños relatos, muchas veces rescatados de lo que entonces ella misma iba escribiendo en la intimidad de su dolor, como válvula de escape para un corazón irremediablemente roto y ya para siempre incompleto. Son pequeñas cartas —y algunos poemas— dirigidos a su hijo, en los que manifiesta sus más profundos sentimientos, como la tristeza, el miedo, la indignación o la rabia.

Esta última brota especialmente al hablar de los máximos responsables políticos en el momento de los atentados, o al recordar las teorías conspirativas alimentadas durante años por algunos medios de comunicación. Teorías que la propia Marisol se encarga de desmontar apoyándose en los hechos probados por la Audiencia Nacional y posteriormente ratificados por el Tribunal Supremo.

Dinos dónde estás y vamos a buscarte incluye también diversas noticias, artículos y entrevistas (especialmente a Pilar Manjón, primera presidenta de la Asociación 11M Afectados del Terrorismo), que sirven para apoyar y completar el relato de la autora.

Con un estilo precioso, cuidado e intimista, y sobre todo con una gran sinceridad, Marisol no duda en abrir su corazón de par en par, invitando al lector a acercarse respetuosamente al duelo que una madre experimenta por la pérdida de su hijo y permitiéndole conocer de cerca los efectos del estrés postraumático. “La pena y la ausencia son una enfermedad crónica. Del cuerpo y del alma”, llega a decir.

Pero este libro transmite también un mensaje luminoso, ya que, a pesar de la pérdida de su hijo, Marisol sigue sintiéndolo presente de algún modo: “Hoy, no sé por qué, no me duele tanto el alma. Hoy pienso que puedo con la vida. Hoy tengo más esperanzas que nunca de encontrarte, para darte ese abrazo que tenemos pendiente desde el día en que se te llevaron. No te olvides de ser feliz, Rodrigo, hijo celestial. Aprende, vive, estudia y experimenta en tu mundo de luz. Nunca te olvidamos. Seguimos siendo cuatro, hasta la eternidad. Un abrazo de oso bien apretado: Mamá”.

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