
Firmar en la Feria del Libro de Madrid es una experiencia que nunca imaginé y que he intentado disfrutar al máximo, porque no creo que se vaya a repetir.
Tuve la suerte de que la caseta 311 (qué simbólico) estuviera a la sombra de los árboles, con buena orientación Este. El horario asignado, de doce a dos, me permitió pasar el tiempo bastante fresquita, sin sol directo, aunque las temperaturas fueran de puritito verano.
No sé si logré muchas ventas para el cómputo estandarizado, pero sí que tuvieron que reponer ejemplares tres veces. Y como estaban expuestos de dieciocho en dieciocho, la cosa andará rondando entre los treinta y cinco y los cuarenta.
Se acercaron amigos, alumnos y compañeros de trabajo. Bastantes, la verdad, para haber hecho tantas presentaciones.
Sin embargo, al pasear por la Feria impacta la cantidad de visitantes, pero, sobre todo, el número de publicaciones, tan ingente como inabarcable. Se pierde una en la mera intención de cálculo. No se me sube el pavo ni un poquito, soy apenas un grano de arena en una enorme playa.
No obstante, estoy contenta y agradecida por haber podido transmitir lo que sucedió y hablar de Rodrigo. Solo pretendía que se oyera nuestra voz de víctimas entre la vorágine mediática. Y un poquito lo he conseguido.