
Esta podría ser una mañana más, pero no lo es.
Hoy sacan de su pirámide a Francisco Franco, 44 años después de su muerte. Es un hecho histórico muy simbólico que me hace pensar en el miedo, la incertidumbre y la pequeña esperanza que tenía yo misma en aquel 1975. Viví aquellos sucesos con la inocencia de los 16 años, también con una mezcla entre curiosidad y pánico por lo que podría pasar después.
No fue fácil. Ni bonito. Ni la estupenda y modélica Transición que nos han contado luego.
Buena prueba de ello es que a estas alturas todavía estuviera el dictador en su mausoleo triunfal y que aún haya tantas resistencias. Porque la derecha se pone de perfil para disimular que le molesta la exhumación, cuando no la critica directamente. Y porque su familia, que no ha devuelto ni un céntimo de todo su latrocinio y hasta ostenta un título nobiliario de segunda generación, ha tenido el descaro de oponerse. Y de presentar batalla legal y mediática. En cualquier otro país de verdad demócrata habría mantenido una actitud mucho más discreta, si no avergonzada, al respecto. Pero es que están acostumbrados al poder impune que heredaron. Y es que todavía tenemos un franquismo residual en demasiados ámbitos.
En este día de hoy sigo revisando el borrador de mi novela, que entre otros tiempos, ficciona algunos hechos de los años 1976-78, especialmente atenta a esta novedad. Porque me obligará a cambiar algunos datos, sí. Pero para nada pesarosa por este trabajo añadido.