
Hoy escribo sobre las dificultades de la escritura. Las físicas y las mentales. Menuda paradoja. Y lo hago desde mi móvil, por cierto.
Hasta ayer mismo andaba yo pensando en escribir sobre la máquina Singer de mi abuela. Esa belleza se merecía unas líneas y un artículo al menos. Pero el texto soñado se quedó en un puro borrador. Será solo de momento, que conste en acta. Porque me he prometido a mí misma terminarlo en breve. Y yo siempre cumplo mis promesas.
Hoy me toca escribir en el bendito móvil, y solo sé pulsar la pantalla táctil con un dedo, el índice de la mano derecha, confieso avergonzada. Resulto patética, pero es lo que hay. Como mucho me ayudo del predictor de palabras para ir más rápido.
Nunca aprendí a usar los pulgares como los jóvenes, que tienen esa ágil destreza para sostener el dispositivo y teclear a la vez. Quizás debería. Lo intento un rato y se me da de pena. Puede que sea la ancianidad que me corroe. O la artrosis que amenaza a mis pobres manos. O todo son disculpas para que los pocos que me leéis no me tengáis demasiado en cuenta lo fútil del artículo de esta semana.
Escribí ya sobre variados temas en mis otras bitácoras. Sobre la nostalgia por los seres queridos que nos faltan y que por tradición recordamos hoy, uno de noviembre. O sobre los ruidos que tiene cada casa y que acompañan nuestras noches y despertares, hoy, que amanezco en Alicante y todo me resulta curiosamente ajeno y conocido.
Llevo dos horas escribiendo en este puñetero móvil, anímicamente no me alcanza ya el alma para retomar más argumentos, excepto lo que echo de menos mecanografiar sobre un teclado. Ya me marcho. Feliz fin de semana a todos.