
Tres semanas después de quejarme de que no conseguía ponerle un cierre a mi novela, lo he conseguido. Ya está finiquitado el primer borrador. Y habrá algunos más, me temo.
Porque esto de escribir no es tan sencillo como venga, ya acabé. Y mucho menos cuando se trata de un texto largo. Han sido muchos meses de trabajo y a lo largo de tanto tiempo van cambiando el estilo, algunas intenciones y hasta la perspectiva. Revisarlo todo es fundamental para no caer en la incoherencia. Ya le he dado un par de vueltas y le dejaré unos días de margen para volver a retomar las revisiones cuando me haya alejado lo suficiente como para ser autocrítica otra vez.
Los bloqueos, como el que sufrí hace tres semanas, se suelen solventar así, tomando distancia. Otra posibilidad es hacer un paréntesis empezando el diseño de otro proyecto. En mi caso particular, a mí me vino bien salir de viaje. De hecho, de los veinte días trancurridos desde mis primeras quejas, la mitad estuve fuera, totalmente desconectada de lo cotidiano y, por supuesto, de la dichosa historia que tenía que cerrar. A la vuelta, en apenas tres, he logrado escribir el desenlace con una fluidez nueva.
Pero lejos de mí pontificar sobre el asunto. Cada persona es un mundo y a cada uno le va bien lo que mejor encaje con su forma de ser. Yo no soy de los que se crecen con la presión, por ejemplo. Como digo siempre medio en broma, lo mío es todo lo contrario a una máquina de vapor. Pero hay quien necesita sentirse espoleado por fechas y límites para rendir con más rapidez y eficacia. Lo interesante es reflexionar sobre el estilo creativo de uno mismo y utilizar ese conocimiento con astucia.
¿Tú como eres? ¿Prefieres que te marquen los ritmos o te agobias si te empujan?