
Llevo meses escribiendo una novela. Cincuenta mil palabras acumulo ya. Estoy bordeando el cierre, pero no consigo terminarlo. Me invade una especie de galvana, de pereza o de miedo, no sabría definirlo, que nunca había sentido antes. La verdad es que soy metódica y disciplinada, pero ahora no consigo volver a esa constancia que creía parte de mí.
Razones emocionales
Pensé que era mi cambio vital (acabo de jubilarme) y el desconcierto que produce no tener más obligaciones que las que una misma se impone, pero no. Ahora empiezo a plantearme otra explicación. Ha sido hace poco, cuando leí la columna de Almudena Grandes en El País Semanal y descubrí que a ella le pasa lo mismo.
Terminar una novela me entristece, me paraliza, instala en mi cabeza un vacío repleto de ruidos, un silencioso estrépito. Ya no oigo voces, pero sigo oyendo ecos, palabras repetidas que no logran sorprenderme, emocionarme como cuando las escribí.
Anda, mira, resulta que tengo esas mismas sensaciones. Lo digo desde la modestia, de verdad, salvando las distancias, claro, porque como escritora no estoy a su altura ni de broma, pero, bueno, concédanme que como seres humanos y como mujeres podamos parecernos.
Razones técnicas
He de añadir, que, por otra parte, mis propias decisiones técnicas me han provocado más de un agobio a lo largo de todo este proceso de escritura. Porque yo soy así, vamos, que quise experimentar con un narrador en primera persona, que es muy creíble y tal, pero también es un punto de vista que condiciona mucho. Por eso, aun teniendo claro qué debía pasar en la trama, conseguir que mi protagonista tuviera acceso a ciertas informaciones de forma verosímil me costó más de un retraso y más de un disgusto. Y ahora, en el final, cuando todo debe quedar cuadrado al milímetro, la cosa se ha complicado exponencialmente.
Así que tengo la escaleta delante, cada una de las escenas y cómo hilvanarlas, pero me cuesta horrores ponerme a escribirlas. Esto de los remates es muy latoso, pero también fundamental para una obra bien hecha, da lo mismo que sea una pintura (a ver cuándo recupero mis estudios al respecto), una prenda (ay, la costura, mi otra gran pasión) o un relato. Avanzo a paso de tortuga, reviso, borro, retrocedo y no termina de gustarme nada.
Ahora mismo, al escribir esta entrada para este blog, me nace un sentimiento de culpabilidad. Creo que estoy postergando otra vez a ese pobre texto mío que tanto se me resiste. Ya casi lo personifico y me duele serle tan infiel con esta bitácora nueva y reluciente. Así que me pongo ya con mi relato inacabado, que pide a gritos, como los personajes de Pirandello, que le dé vida.
Hola, Marisol:
Supongo que cada persona es diferente y experimenta de forma distinta un mismo acontecimiento.
Creo que eres muy perfeccionista, como yo (más o menos) y hay que serlo cuando se da vida a un escrito, sea novela o cuento corto. No te desanimes, eso lo primero y date tu tiempo a ti misma y al propio texto.
La única condición para que la acabes es que creas en la historia sin condiciones, que simpatices con unos personajes y te caigan mal otros, como en la vida real con los vecinos del barrio. Haz la historia tan real que se confunda tanto con la vida cotidiana como sea posible, y aparca por unos días escribir, solo siéntela.
Cuando las condiciones sean propicias (calma, descanso, orden, y lo que sea) te saldrán las palabras, las conexiones solas.
Soy de los que piensa que el trabajo de crear requiere sosiego interior, descanso físico y ausencia de catarros 🙂 aunque la historia está llena de ejemplos contrarios, no son norma, sino excepción.
Tienes la voluntad, la experiencia y la ilusión, pero todo ello no siempre se conjuga a la vez; somos humanos, me temo.
Mucho ánimo y que no decaiga.
Abrazotes.
Gracias por estrenar los comentarios de esta bitácora, Pablo. Eres un amigo.
En eso que cuentas estoy. A ver si consigo dar las últimas puntadas. La verdad es que me falta poquísimo.
Caray y yo dando consejitos. ¿Cuánto tiempo te ha llevado escribirla?
Dieciocho meses. Sin dedicación plena, obviamente. Un año y medio con esa trama y esos personajes. Me da pena acabar y a la vez quiero dejar de darle vueltas a lo mismo.
Me quedan apenas unas páginas, poquísimas, pero quiero que queden perfectas y que cierren el relato con solvencia.
te entiendo, es mucho tiempo con esos personajes y la trama. Supongo que piensas en el vacío del día después de poner el punto final, pero no creo que lo sea, se pasa a otra fase diferente, es ley de vida, en este caso ley de vida de una novela.
Luego tendrás que intentar publicarla, puede que tengas que repasar, ¡qué te voy a contar a ti! y, además, poco a poco empezará a aprovecharse del hueco otra idea, algo que te llame la atención y tu creatividad se pondrá en marcha otra vez. Puede que no sea otra novela tan larga, que no eres una máquina, pero sí un relato corto, un proyecto menos ambicioso en cuanto a tiempo y extensión, pero que te apetezca hacerlo. Tú deja espacio.
Yo creo que los textos deben tener un final, porque son concebidos así. Muchas veces me he enganchado a una serie de tv y cuando ya se acerca el último capítulo, te da cosilla, pero, si está bien rematado, el final de algo no es negativo, es una parte importantísima de la historia que se cuenta, lo que la deja redonda, lo que le da pleno sentido. Un mal final, deja cojo el texto, y, por supuesto, la ausencia de cierre es un imposible.
Así que no pienses en el final, sino en que el cierre de tu texto es su culmen, su plenitud.
Pues ya está, se me acaba el rollo.
See you, baby.
Gracias, Pablo. Ando un poco liada y te escribo desde el móvil, perdón por la brevedad.
No te preocupes, todos andamos liados.
Un abrazo.