
Una noticia de estos días me lleva hasta Vicente Blasco Ibáñez y su novela Cañas y Barro. Se trata de uno de esos textos naturalistas de finales del XIX, este ya a principios del XX, que se ponen de ejemplo en las clases de Literatura.
El Naturalismo es una evolución del Realismo que elige personajes, situaciones o temas especialmente duros. También suele llevar implícita la critica social de comunidades llenas de prejuicios o de instituciones inhumanas. Por supuesto, abundan las situaciones paradójicas, los comportamientos hipócritas y las falsedades y traiciones de todo tipo.
Pero, bueno, a lo que iba, la noticia dantesca de un padre menor de edad arrojando al agua a su propio hijo recién nacido, tras haber sido el partero de su pareja, también menor, y con un embarazo mantenido en secreto supera a la ficción novelesca. Muy de lejos.
Recuerdo haber contado a mis alumnos el final de la novela ya citada, (que narra algo parecido, aunque sus protagonistas no sean menores), y cómo reaccionaron al respecto. Muchas generaciones de estudiantes que me decían que aquel cierre era exagerado, impensable, inverosímil, que solo se entendía como la sobreactuación de un autor naturalista irredimible. Y resulta que la realidad de un suceso del siglo XXI en nuestra supuesta sociedad avanzada y libérrima es aún más cruel.
Por supuesto que Blasco Ibáñez pudo haberse basado en hechos auténticos, por supuesto que pudo también haberlos fantaseado todos. En común tienen el intento desesperado de ocultar un embarazo. Por presiones sociales, siempre y en ambas historias. Por no perder una herencia, el maldito afán económico, además, en la novela. Por inmadurez y desesperación, supongo, en nuestros jóvenes protagonistas reales.
Es la naturaleza humana retratada la que me impacta en las dos situaciones. Esa capacidad que tenemos de lo mejor, que no es el caso esta vez, y lo peor. Ay, qué tremenda nuestra naturaleza humana.