
Pasó hace ya veinte años. Sin saberlo, fuimos testigos en directo del principio del mal. Acabábamos de reunirnos en casa para comer, veíamos la tele. Los cuatro. Juntos.
Treinta meses después sucedió aquí. Te asesinaron con cruel premeditación, con fanáticas, absurdas, malvadas ansias de causar el mayor daño posible.
Te arrancaron de nuestra familia y nos dejaron solos, para siempre sin ti.
Hoy recordamos.
Sentimos la misma ausencia y el mismo dolor que otros muchos en USA, en Gran Bretaña, en Francia… en tantos lugares donde la locura yihadista atacó.
Te escribo desde casa, Rodrigo. Con tu nombre en los labios y tu recuerdo en el corazón. No te olvidamos. No nos olvides, hijo. Haz que nos volvamos a encontrar.