
«¿Qué puedo escribirte que no te haya dicho ya millones de veces? ¿que nunca me acostumbraré a tu ausencia?, ¿que no tenías que haberte ido tan pronto?, ¿que esperaba compartir contigo muchos más años de viaje?
Tú sabes que te queremos. Con cada átomo de nuestro ser. Volveremos a abrazarnos, Rodrigo. Muchos cariños, bailes, risas, canciones, viajes, pinturas y libros, juegos y atardeceres. Te llevamos en los labios y en el corazón.»
Querido, queridísimo Rodrigo, nuestra familia se ha vuelto muy pequeña desde que no estás y nada tiene ya el brillo de antes, pero vamos caminando juntos. En tu busca.
Atesoro los recuerdos de todo lo que vivimos a tu lado. Por más que el tiempo los lave y desdibuje, los llevo siempre conmigo. Es doloroso comprobar que esta maldita vida nos arrebata hasta eso. Por favor, sigue guiando nuestros pasos, pues a veces no sabemos cómo seguir. La existencia se ha vuelto una ardua carrera de obstáculos, una gymkana absurda que nos hace perder la perspectiva a poco que nos descuidemos. Ojalá estuvieras aquí y todo pareciera sencillo y diáfano como antes, ay, antes. Pero no, estamos solos, sin ti.
No quiero ponerme triste, aunque resulta realmente complicado. Intento escribirte unas líneas serenas y asegurarte que estamos bien. Que no han podido con nosotros ni los locos terroristas, ni los responsables políticos canallas, ni los mamporreros que les hicieron la ola para medrar o enriquecerse a nuestra costa.
Que tampoco nos han tumbado la desidia, la ignorancia, la ingratitud, el desapego, la avaricia o el escaqueo de algunos que estuvieron cerca solo en lo bueno y que desaparecieron tras tu marcha repentina. El espacio vacío que dejaste es tan enorme que apenas se nota el mínimo que desocuparon ellos. Aquí estamos, cariño, haciéndote señas desde casa con las primeras flores de la primavera, cargados de luz, de aroma y de buenos deseos como ellas.»