
Son las siete, mi hora tempranera de andar por estos pagos virtuales, y compruebo que aún está oscuro porque los días van perdiendo terreno frente a la noche. Abro la ventana y me sorprende el silencio. Ni pájaros, ni tráfico. Pura mañanita de domingo.
Por dejarme en evidencia, unos aviones se han puesto a chisporrotear a lo lejos. Y más allá aún parece que les contesta una paloma. Luego ha regresado la calma. Recuerdo nuestras primeras noches en esta casa y cómo nos extrañaba esa ausencia de ruidos. Es un lugar tranquilo todavía, veintinueve años después. Y más aún a mediados de agosto.
Fugit irreparabile tempus, en septiembre haré el primer año de jubilada. Once meses llevo sin más obligaciones que las que me impongo yo, y debo decir que me han cundido. Ni siquiera la falta de estímulos por el aislamiento social de la pandemia ha podido desbaratar mi sueño y la promesa que me hice a mí misma de escribir.
Quizá sea esta tendencia mía a la escritura un desahogo existencial, una manera de perpetuar mi consciencia más allá del tiempo y de la muerte. Salvando las distancias, porque no le llego a la altura del zapato, como Unamuno quiso eternizarse en Niebla. Reflexiono sobre ello, porque cada vez lo creo más posible. Desde luego, mi canal de YouTube va por ese camino, aunque no sé si es para dejar un pequeño legado docente o para continuar mi pasión de profe con los medios de los que dispongo.
Ahora mismo estoy en fase técnica, organizando la estructura y la escaleta de mi tercera novela. Tiene trama policíaca, así que el trabajo previo debe ser especialmente riguroso. Pero no me acobardo, soy una autora entusiasta y disfruto también de estas primeras etapas.
En julio mandé la segunda a un concurso. Fue un arrebato de optimismo, que no me asalta a menudo, y que procuro aprovechar. Es una novela corta, con narrador equisciente múltiple, que evoca mi infancia de niña de barrio. No es autobiográfica, pero dibuja algunos ambientes y personajes que resultarán familiares a muchos de mi generación. Ficciones con halos de realidad, con las que, supongo, más de uno se sentirá identificado.
No parecen tiempos de publicar, tal vez parezca una pretensión ridícula, pero tirando un poco más de la racha optimista en que vivía, he enviado mi primera novela a varias editoriales. Darla por terminada fue una lucha contra el síndrome del impostor que me costó meses, pero por fin lo hice. Obviando, por supuesto, que como maníaca perfeccionista, podría seguir puliendo cosas pequeñas de aquí a la eternidad.
Tampoco es que piense en una nueva carrera, mi entusiasmo no se hace vanas ilusiones. Aunque otros lo hayan hecho. María Galiana, por ejemplo, (de la quinta de mi madre y profe jubilada como yo), lleva veinte años en una nueva faceta profesional, como actriz. No sé si es un modelo a seguir o la excepción que confirma la regla. En todo caso, mirándola a ella, quiero creer que me queda mucho tiempo por delante para escribir.
Que conste que no pretendo convertirme en autora de éxito, no soy tan pretenciosa. Solo, si es posible, si a algún editor le intesan mis historias, me gustaría publicar alguna cosa más. Sé que con el libro de Rodrigo tuve la oportunidad que tantísimos buscan y jamás encuentran. Y no me quejo, que menudo milagro.
Solo escribo. Y lo hago porque necesito contar. Y luego busco salida a todas esas páginas. He estado ocupadísima durante lustros en mi faceta de profesora y no me alcanzaba el tiempo para dedicarme a la escritura. Pero, precisamente por eso, fui amontonado historias, personajes, situaciones, y sueños que ahora pugnan por salir. Por fin ha llegado la ocasión de ponerlos negro sobre blanco. Es lo que estoy haciendo. Y como estoy hecha a trabajar duramente, porque el oficio de profe no es de los flojos, escribo y corrijo mucho.
Otra cosa es que me lean. Y eso, lamentablemente, si no se publica, lo pueden hacer muy pocos. Mi marido, que es mi fan número uno, mi hermana, que le disputa ese honor, algunos amigos y familia y ya.
Ánimo con la escritura, Marisol. Me identifico contigo en esos deseos de sacar las historias que llevas dentro. Ojalá pudiera yo empezar a sacarlas como has hecho tú
Ánimo para ti también 🙂