
«Se ha ido.
En los primeros momentos, esa sensación nos envuelve casi sin dejarnos respirar. Ya no está a nuestro lado, no podemos explicarnos que no esté con nosotros. No podemos aceptar que esa persona a la que amábamos, a la que amamos – porque el amor no se marcha con ella – nos haya dejado… Había tanto que decir todavía, tanto que hacer. Si hubiésemos sabido, si hubiéramos podido… no habríamos dicho, no habríamos hecho… Esta vivencia de lo irremediable hace que el sufrimiento que nos atraviesa el alma sea profundo, infinito, que nos lastime como una tremenda herida física…
No podíamos y aún ahora nos cuesta frenar las lágrimas; es necesario llorar, desahogarnos y no reprimir nuestros sentimientos y emociones, para que después una calma exhausta nos permita, a pesar de todo, continuar.
El tiempo pasa, y el dolor no ha desaparecido, y tal vez nunca lo haga. Pero la rebeldía y la desesperada angustia de los primeros momentos van dejando paso a la vida. A la vida misma de esa persona tan querida que no está; a esa vida que fue rica, plena, valiosa y nos ha dejado tantos maravillosos recuerdos.
Y un día nos descubriremos pensando en algo que Rodrigo hacía o nos decía, mientras nos invade una cálida ternura. Seremos capaces de recordar, de volver a pasar por el corazón palabras, anécdotas, enseñanzas, instantes de felicidad vividos. Tal vez todavía con lágrimas, pero agradeciendo haber compartido el amor y la existencia de ese ser amado…
Ha llegado el tiempo de celebrar el legado que nos dejó. Os invito a hacerlo con nosotros.
Para algunos será un ejemplo o una misión que cumplir. Para otros, una huella imborrable. Pero en todos los casos, este es el tiempo de revivir tantos momentos únicos. Porque el amor siempre prevalece frente a la muerte.»